MARTÍN HACHE (1997)
Dirección: Adolfo Aristarain
País: Argentina
Sinopsis: Martín Echenique (Federico Luppi) es un director de cine argentino que lleva más de veinte años viviendo en Madrid. Detesta su país y se niega a recrearse en la nostalgia. Siguiendo la tradición familiar, su hijo también se llama Martín, pero todos le llaman Hache (Juan Diego Botto); tiene 19 años y vive en Buenos Aires con su madre. Ni estudia ni trabaja; callejea y toca su guitarra eléctrica. Después de cinco años sin verse, vuelven a encontrarse en Buenos Aires cuando Hache sufre un grave accidente.
Martín (Hache) es una historia que comienza con el pogo frenético de un adolescente porteño (un jovencísimo Juan Diego Botto) cabreado con el mundo y desilusionado con el presente, procurando curarse del amor no correspondido a base de guitarrazos hardcoretas, litros de alcohol y rayas de “merca” veloces del tabique nasal al cerebro. Y lo que, en realidad, es una sobredosis involuntaria y fortuita fruto de la frustración y el desenfreno juvenil es interpretada por su madre como un claro intento de suicidio. El joven Hache (apodo tomado para diferenciarse del nombre homónimo de su padre Martín Echenique, un director cinematográfico y guionista de renombre afincado en Madrid) se ve obligado a embarcarse desde un Buenos Aires conocido e inundado de música y silbidos hacia la capital española.
Allí lo esperan su frío, terco y creativo progenitor (Federico Luppi) junto a su apasionada amante de menor edad (Cecilia Roth), y su mejor amigo, el epicúreo y mordaz Dante, vividor consumado y curioso vocacional (Eusebio Poncela). Así empezaba su brillante narración cinematográfica hace ya más de tres lustros, el argentino Adolfo Aristarain, creador de un particular universo que en dos horas descongestiona con maestría y desgarro las principales emociones humanas; porque mucho más que de drogas, sexo, incomunicación o amor, Martín (Hache) puede definirse como un tratado intimista y apasionado sobre la vida misma, y una catarsis fílmica que se mete de lleno en las pupilas del espectador, gracias a una humanidad desbordante. No precisó en su ejecución de efectos especiales ni de un apartado técnico prodigioso, puesto que su guión puede calificarse de pura literatura, sentimientos viscerales que fluyen del texto a la sangre. Pocas veces en la historia la interacción entre un elenco de lujo y su público ha sido tan intenso, tan inolvidable, y tan evocador. ¿Qué tenían, pues, de especiales los protagonistas de este drama tan vital, necesario y apasionado de finales de los noventa, y sobre todo, que representaba cada uno?
El cuadrilátero esencial que compone Martín Hache bascula entre la autodestrucción y la realización propias como dos polos opuestos que ejercen una influencia magnética constante sobre sus protagonistas.
Hache: Sueños de juventud
Hache representa la incertidumbre y el existencialismo de su quinta (que podríamos casi identificar como un tardío segmento de la Generación X); un sector de jóvenes que se encuentran perdidos y aunque ya no son niños, todavía se hallan lejos de la edad adulta, ven absurda la esclavitud del trabajo remunerado y tampoco se sienten plenos estudiando. Su única aspiración importante es simplemente, encontrarse a sí mismos. Hache se ve como un apellido encerrado entre paréntesis, rechazado por una madre que tiene una existencia planeada sin contar con su presencia, y aprisionado por las aspiraciones y el ego de un padre que lo que menos quiere es que su hijo sea un mediocre sin trasfondo creativo. Entre ese Buenos Aires alegre y ruidoso y las nuevas calles de Madrid, Hache manifiesta vocación de cambio y encarna el optimismo juvenil de quien tiene toda la vida por delante y mucho que aprender de las experiencias, tanto de las sensoriales y perceptivas ligadas al descubrimiento de las drogas y el sexo, como de las espirituales.
Interpretado por un genial Juan Diego Botto (que dos años antes ya había sido nominado al Goya de Mejor Actor Revelación por su papel de chico malo y narcisista en el largometraje español Historias del Kronen), Hache puede llegar a resultar estoico, exasperante, tierno, divertido y sensible. Experimenta una enorme empatía con Dante, el cual le incita a abrir su mente y a vivir con plenitud, escucha con atención las historias escatológicas o melancólicas de Alicia, y, sobre todo, tiene una compleja relación con su padre que evidencia las diferencias de ideario que ambos sostienen. La evolución del personaje es notable, pues los sucesos que vive en la ciudad madrileña provocan que su carácter madure incluso antes de tiempo; los choques familiares, el contacto con la muerte, el cambio de aires y la búsqueda de su identidad serán motivos que nos introducirán en transformación psicológica de este joven, protagonista absoluto de esta historia de reflexiones impagables. (Fragmento de la reseña escrita por Andrea Núñez-Torrón)
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