MÁRQUEZ: ¿Ha seguido este método intuitivo cuando ha adaptado a Shakespeare, Gorki o Dostoievski?
KUROSAWA: Algunos directores creen que no existen grandes dificultades en transformar unas imágenes literarias en imágenes cinematográficas. Le pondré un ejemplo, al adaptar una novela de detectives en la que encuentran un cadáver en las vías del tren, un joven director insistía en que el lugar preciso del asesinato coincidía a la perfección con la descripción del libro. “Se equivoca –le dije–, el problema es que usted ha leído el libro, no hay nada especial en este lugar”. El joven director estaba cautivado por la magia de la novela sin percatarse de que las imágenes cinematográficas deben ser expresadas de modo diferente.
MÁRQUEZ: ¿Puede usted recordar alguna imagen de la vida real que considere que sea imposible de realizar en una película?
KUROSAWA: Sí. La de una ciudad minera llamada Ilidachi en la que trabajé como ayudante de dirección cuando era muy joven. El director había declarado, con un simple vistazo, que la atmósfera era magnífica, extraña, y que esa era la razón por la que deberíamos rodar allí. Las imágenes mostraban solamente una ruinosa ciudad minera, pero faltaba algo que nosotros conocíamos: las condiciones de trabajo eran peligrosas y las mujeres y los niños de los mineros vivían atemorizados por su inseguridad. Cuando se mira al pueblo, se confunde el paisaje con ese sentimiento y lo que se percibe es lo extraño que resulta en realidad. Pero la cámara no lo ve con los mismos ojos.
MÁRQUEZ: La verdad es que conozco muy pocos novelistas que estén satisfechos con las adaptaciones de sus libros al cine. ¿Qué experiencia tiene con sus adaptaciones?
KUROSAWA: Permítame, primero, una pregunta, ¿ha visto mi película Barbarroja?
MÁRQUEZ: La he visto seis veces en los últimos veinte años y les hablé a mis hijos de ella, casi diariamente, hasta que la pudieron ver. No solamente es la que, de todas sus películas, más nos ha gustado a mi familia y a mí, sino, también, una de mis favoritas de toda la historia del cine.
KUROSAWA: Barbarroja constituye un punto de referencia en mi evolución. Todas las películas que la preceden son diferentes. Fue el final de una etapa y el comienzo de otra.
MÁRQUEZ: Esto es obvio. Además, hay dos escenas que tienen íntima relación con la totalidad de su trabajo y que son inolvidables: una es la de la mantis religiosa y la otra, la lucha de kárate en el patio del hospital.
KUROSAWA: Sí, pero lo que quería decirle es que el autor, Shuguro Yamamoto, siempre se había opuesto a que sus novelas fueran trasladadas al cine. Hizo una excepción con Barbarroja porque insití sin piedad, obstinadamente, hasta que accedió. Cuando terminó de ver la película, se volvió, me miró y me dijo: “Bien, es más interesante que mi novela”.
MÁRQUEZ: ¿Por qué le gustó tanto?
KUROSAWA: Porque él tenía una clara conciencia de las particularidades inherentes al cine. Lo único que me pidó fue que tuviera cuidado con la protagonista, una mujer completamente fracasada, tal como la percibió él. Lo curioso es que esa imagen de una mujer fracasada no está explícita en la novela.
MÁRQUEZ: Quizás creía que lo estaba. Algo que frecuentemente nos ocurre a nosotros, los novelistas.
KUROSAWA: Así es. Viendo alguna de las películas basadas en sus libros, algún escritor ha dicho: “Esa parte de mi novela está bien hecha”. Y se referían a algo añadido por el director. Comprendo que lo decían porque veían con claridad, expresado en la pantalla por la aguda intuición del director, algo que ellos querían haber escrito, pero que no había sido capaces de hacer.
Entrevista de Gabriel García Márquez a Akira Kurosawa,1991.
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