Dirección: Sion Sono
País: Japón
Kyoko es una artista de prestigio, joven y bella, que mantiene una sádica relación con su asistente... hasta que alguien grita “¡corten!”, y la personalidad de la protagonista se escinde en varias capas de delirio. Sion Sono relee el género del roman porno, usándolo como vehículo para pergeñar un alucinante manifiesto sobre la situación de la mujer en la sociedad japonesa. (FILMAFFINITY)
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Alguien se pone tras el atril antes del inicio de la película y comenta que el director usa un lenguaje feminista para acto seguido prorrumpir en el error de agradecer a la señora esposa de Sono que deje que su marido le haga cualquier perrería ante la cámara. Todo muy fuera de lugar, todavía no he averiguado si Megumi Kagurazaka sale en el film (Ami Tomite es quien corre de un lado a otro) o simplemente el lenguaje confundía tanto al presentador que se le ocurrió mezclar churras y merinas y esparcir la lana por todas partes. Ya es difícil asimilar lo de un hombre (ojo) lanzando un mensaje feminista (cuidado) desde una película pseudo-porno (que vienen curvas) para que remarquen que utilizar (en modo objeto) a su mujer para ello es algo plausible. Gran introducción.
Pero ahí estamos todos expectantes ante el renacimiento de un género. Mente abierta. La necesitaremos. Puede que la sobresaturación estilística del día pasara factura a mi recuerdo —situadla entre Grave y Tenemos la carne— pero una joven corre, grita, ríe y llora repitiendo sus pasos por el reducido espacio de cromatismo elevado. Los colores contrapuestos con su escasa ropa, la limitada decoración seleccionada con total minuciosidad mientras el rojo, el amarillo o el azul convergen sobre una artista caprichosa, déspota y excesiva que sigue un discurso incoherente que impone nuestro agotamiento hasta que un segundo personaje (muchos, tal vez) aparece. Servilismo, erotismo, vejación.
En el cine todo parece pero nada es. Sono invierte el registro y de paso los papeles para desarmar cualquier idea que surgiera a partir delo anteriormente visto. Sin salir de un mismo escenario la decadencia crece y la repetición se utiliza con intención de recalcar un mensaje, una realidad o actrices siguiendo un guión, ya estamos perdidos. A esta repetición se le añaden nuevos elementos, otros lugares que acrecentan este bucle interno. Un teatro lleno de símiles que con crudeza va desactivando prejuicios (los pocos que quedaran) de forma tajante. El color siempre aliado del discurso, dependiendo del fondo la actitud vira en una dirección u otra y todas están contrapuestas a la situación original. Un cacao absoluto con un fondo determinante pero con intenciones tan desquiciantes que no parecen limitarse a la linealidad, expresándolo todo a un tiempo, ahogado. Aún sabiendo que el director no ha perdido el norte, nosotros vamos a necesitar la brújula para volver sobre nuestros pasos.
Antiporno debería ser devorada a solas surgiendo imágenes desde un proyector como ese encuentro heterofoide que se repite una y otra vez en la pared, sin distracciones obvias. La posibilidad de repetir el final también ayudaría a comprometerse con todo lo ocurrido, para integrarnos. Se le puede tachar de genialidad, porque impacta como esperaba, o halagar algún mérito absurdo, como que el círculo cromático se puede sentir ampliamente representado. Pero es una experiencia que vivir, y una exultante forma de iniciarse con Sono, el ‹roman porno› y las disquisitudes contemporáneas. Puedo afirmar que la disfruté… unos minutos después.
Lo que todos comentan: para mí la palabra «feminismo» resulta demasiado pesada en mis manos, como para no mirar con lupa cuando se la arrojo a otros, así que diré que en Antiporno el manifiesto está presente como una posición de lo que la mujer es en una sociedad conspiratoria, donde el sometimiento es parte de la normalidad y el convertirse en objeto parece una necesidad que encajar desde cualquier escaparate, erotizando su aspecto pero censurando el deleite del mismo. Muy destructivo todo. Sono lanza la crítica al aire para quien quiera agarrarse a ella, pero sabe jugar con significancias para generar arte (visual) independiente de los múltiples relatos que maneja. No perdamos de vista el ‹roman porno› y su sexo blandito y esponjoso con libertad creativa. (Escrito por Cristina Ejarque)
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