Dirección: Xavier Legrand
País: Francia
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Tras su divorcio del violento Antoine (Denis Ménochet), Miriam (Léa Drucker) quiere la custodia exclusiva del hijo adolescente de ambos, Julien (Thomas Gioria). Mientras que su hija Josephine (Mathilde Auneveux) ya tiene edad para tomar sus propias decisiones, Julien recibe la orden de visitar a su padre. Pero pronto se descubre que Antoine tiene sus propias ideas para afrontar la nueva situación.
El padrino es un film peligroso. A pesar de sus buenos diálogos, hay frases muy citadas de la película que apestan a machismo, y no es difícil imaginar al fornido Antoine viéndola en bucle, cerveza en mano, asintiendo con entusiasmo ante los murmullos de Don Corleone. Sobre todo ante aquel que dice: "Un hombre que no pasa tiempo con su familia no puede ser un hombre de verdad", aunque dicha familia parezca estar mejor sin él.
Puede que el cineasta francés Xavier Legrand ya haya explorado temas similares en su aclamado corto Antes de perderlo todo, que en 2013 le valió la nominación al Óscar, pero Custodia compartida , que compite en el Festival de Venecia, no da una sensación repetitiva. En vez de eso, este nuevo trabajo permite al realizador adentrarse en un territorio más profundo y más oscuro, pues en el film de Legrand —o quizás en todos los casos de violencia doméstica—, la clave reside en la propiedad: la idea de que alguien te ha arrebatado lo que era tuyo por derecho; el deber de recuperarlo, aunque ello implique usar a un niño como peón. No es extraño que resulte difícil ver la cinta sin un sentimiento de incomodidad cada vez más intenso, sobre todo porque, en este caso, decirse que solo es una película no sirve de nada. No hay más que echar un vistazo a las cifras para comprenderlo.
Aunque se muestra desilusionado por el funcionamiento del sistema judicial, que no dedica más que unos minutos para decidir el destino de las personas, Legrand no malgasta su tiempo predicando. Para un cineasta novel tiene buena mano, y aunque la conclusión carece de la sutileza del principio, este no deja de ser un drama muy eficaz que no cae en sentimentalismos facilones, un escollo que no era sencillo evitar.
Respaldado por un reparto que nunca lleva las cosas demasiado lejos, al contrario que en Durmiendo con su enemigo, el film de Legrand no convierte a su protagonista en un completo monstruo, permaneciendo siempre a un paso de transformarse a lo Hulk o de hervir conejos. La mayor parte del tiempo, Antoine es lo suficientemente normal para engañar a cualquiera, lo cual resulta mucho más interesante, tanto para el personaje como para la historia. Además, al centrarse en un período limitado de tiempo, Legrand no trata de descubrir cuál es la causa de la desintegración de esta familia. No importa —parece decirnos—, porque la violencia es la violencia. Es difícil no estar de acuerdo.
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