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"Cinema Paradiso"

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miércoles, 16 de noviembre de 2016

CINE LATINOAMERICANO: "JARJACHA, EL DEMONIO DEL INCESTO" (2002, MÉLINTON EUSEBIO) - Por Sebastián Galvez



UNA APROXIMACIÓN AL CINE PERUANO DE LOS ÚLTIMOS TIEMPOS A TRAVÉS DEL AUGE DEL GÉNERO DE TERROR.


En un olvidado pueblo de la sierra del Perú, tres estudiantes de antropología llegan a documentar las condiciones de extrema pobreza en las que se allí se vive. Pronto, una maldición caerá sobre ellos: la llegada del Jarjacha, el demonio andino surgido del incesto, siniestra práctica que los lugareños no han podido erradicar…

El inicio del nuevo siglo trajo profundos cambios en la cinematografía peruana. La hegemonía limeña, erosionada por las políticas neoliberales del ex presidente Alberto Fujimori, dio paso a una época que condujo a la antaño sólida presencia de los principales realizadores a obras cada vez más alejadas del público, responsable este último de notables éxitos de taquilla durante las décadas pasadas, no obstante las crisis imperantes. Rodajes accidentados, de presupuestos esquivos, que en no pocas oportunidades derivaban en películas sin estrenar y/o estrenadas con años de retraso, falta de apoyo gubernamental en lo concerniente a leyes pertinentes (primer peldaño para gestar una industria fuerte, autónoma y competitiva) y la porfía o decadencia endogámica de los directores más emblemáticos, empeñados en dar sermones políticos situados en las antípodas de la hábil fusión entre la denuncia social y el trepidante lenguaje fílmico de los años anteriores, suscitaron amplias brechas no sólo en la continuidad de las películas sino en el interés de las masas, interés que recién en los últimos años se ha ido despejando gracias a los sucesos de recaudación de cintas altamente discutibles (por usar un eufemismo) como el díptico ¡Asu Mare!, A los 40, Locos de Amor y la seguidilla de films de terror que tienen como modelo a Cementerio General. Los gustos del público han cambiado dramáticamente y si bien es de lamentar una falta de rigor al momento de seleccionar a la nueva hornada de obras representativas del cine peruano, tampoco es cierto que el espectador sea, al 100%, un analfabeto fílmico. Las gentes quieren reencontrarse con su cine, volver a conectarse con historias íntegramente peruanas y al mismo tiempo universales. Por el momento, los mencionados títulos son lo que hay. Paso olímpicamente de esa espantosa retahíla de bodrios pretenciosos y ultra “hipsters” que, a caballo entre la menesterosidad más patética y el sentimentalismo progre _ que no progresista_, poco o nada les importa conectar con el público y crear industria pues convencidos están que arte y comercio son enemigos mortales y en tal sentido únicamente se empeñan en ganar premios en certámenes hoy por hoy bastante devaluados en cuanto a calidad. Bazofias como Madeinusa, La Teta Asustada o subproductos más infectos como los estrenados en el indigente festival Lima Independiente, dan cuenta de una obsesión por el ombliguismo y una nula vocación por hacer CINE, con todo lo que eso conlleva (arte y llegar a las masas, como lo realizaron maestros de la talla de Eisenstein, Lang, Ford, Hawks, Hitchcock, Fellini, Leone y tantos más).

Producidos con dinero privado (y marcando así una distancia decisiva con los lamentables concursos de cine organizados por el estado, los cuales empobrecían más la alicaída cinematografía nacional) los últimos taquillazos del cine peruano hacen desear una película que sea punta de lanza de un nuevo movimiento, el cual juegue sin pudor alguno con los géneros y logre revestir de calidad su propuesta sanamente comercial.

En esa coyuntura, anterior a estos “mini-blockbusters” autóctonos y como réplica al centralismo de la capital, próximo a un ocaso, surgió un movimiento en las provincias; artesanal, desfachatado, integrado por jóvenes realizadores de formación autodidacta, en su mayoría; quienes buscaron aunar arte y rentabilidad merced a géneros como el terror (el principal de todos), el policial y la aventura. Financiados de manera independiente (y haciendo uso de procedimientos que harían palidecer a los mismísimos Roger Corman, Mario Bava, Ed Wood, José Mojica Marins y Lloyd Kaufman, sumos pontífices de la serie B y Z), estas películas han hecho uso de la extraordinaria galería de monstruos, demonios, fantasmas y asesinos sobrenaturales que nuestro pasado precolombino y colonial han legado. Deseosos de crear paradigmas del horror a la altura de los emblemáticos Drácula, Frankenstein, La Momia, El Hombre Lobo y Leatherface, Michael Myers, Jason Voorhees o Freddy Krueguer, los directores de esta avanzada lograban auténticos fenómenos de recaudación en las salas de sus ciudades, si bien la crítica especializada (capitalina y provinciana) no dudaba en ensañarse con dichas obras, amén de ser marginadas en los circuitos limeños.


¿Son malas películas? Casi la mayoría. Ahora, la pregunta fundamental, ¿son aburridas? Bueno, aquí entramos en el terreno de los subjetivismos.

En mi opinión, no lo son en absoluto. Y es aquí donde recuerdo al gran Billy Wilder: “A una película se le puede perdonar el que sea mala, pero aburrida, jamás”, y al escritor Mickey Spillane, cuando diferenciaba entre “la mierda pura” (un trabajo mal hecho y soporífero) y “la buena mierda” (un adefesio escrito o filmado con tanta insolencia que termina gustando).

Jarjacha, El Demonio del Incesto, de Mélinton Eusebio, suerte de “clásico” del movimiento, evidencia todos los defectos de estos rodajes los cuales podrían ser catalogados como imbuidos de un “primitivismo alucinado” en tanto su guión parece buscar convertirse en una exploitation de El Proyecto de La Bruja de Blair (1999, de Eduardo Sánchez y Daniel Myrick). El empleo del video digital, que significó una revolución en el medio en cuanto al abaratamiento de costos de producción, aquí adquiere el relieve de un reportaje televisivo desmesuradamente enfermo: la imagen, su granulación, las improbables actuaciones, los deplorables y al mismo tiempo demenciales efectos especiales, hacen pensar en un montaje teatral organizado desde el interior de un hospital psiquiátrico, cuyos pacientes han sido estimulados por un insólito psicólogo a través de la lectura indiscriminada de clásicos del fantaterror y leyendas locales. El film adquiere ribetes extremadamente inquietantes, incluso momentos de auténtico espanto que no están subordinados a una pericia entendida como tal sino a la conjunción de improvisación, convicción y la explotación desmedida de un lugar, de unos cuerpos y conductas por demás desagradables.

El efecto tendría que ser de carcajadas inmisericordes. De reclamo y vergüenza ajena. Pero no: ahí está esa sensación de miedo involuntario, asco y fortísimos deseos de no toparnos jamás con semejantes seres. Imágenes malsanas que no se nos antojan realistas, sino reales. Una gema bizarra forjada entre sangre coagulada, esputos y otras secreciones.


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