Pornografía de la violencia.
No se me ocurre en este instante un mejor término para describir Grotesque. Si la pornografía es el género artístico que muestra con detalle escenas de carácter sexual para excitación de quien las contempla; tan sólo debemos reemplazar “sexo” por "violencia extrema", y el resultado obtenido será algo muy cercano a Grotesque. Y ni tan siquiera es necesario eliminar el sexo de la ecuación, porque Grotesque también tiene sexo… sexo putrefacto, doloroso, sucio y enfermo; en definitiva, sexo acorde con el resto de la propuesta.
Olvidense del reciente torture-porn, una etiqueta cuyos límites de explicitud de la violencia quedan muy lejos de lo ofrecido por Grotesque. Si de encontrar referentes se trata, deberíamos buscarlos en rincones tan radicales y oscuros como la serie Guinea Pig o el ultragore alemán.
Grotesque, escrita y dirigida por el japonés Kôji Shiraishi, son setenta minutos de torturas, humillaciones, vejaciones, violaciones, mutilaciones, desmembramientos, sadismo, crueldad y, en definitiva, violencia extrema (tanto psíquica como, sobre todo, física). Te suena la película de "Saló" de Pasolini? pues si no fue de tu agrado esta tampoco lo será
El planteamiento es minimalista. Dos jóvenes que acaban de tener su primera cita son secuestrados y torturados por un mad doctor que se excita llevando a sus víctimas hacia los límites de la humillación, el dolor y el sufrimiento. La única posibilidad de supervivencia pasa por plantear el sacrificio personal cómo una vía para salvar la vida de un ser querido.
Es complicado afirmar que Grotesque me gustó (y lo hizo, aunque sin llegar a entusiasmarme), por la sencilla razón que si lo hago, me veo en la obligación de justificar mis palabras, y no es fácil.
Y me gustaría justificarlas más allá de los aciertos visuales de la película, de su excelente fotografía, sus impresionantes y realistas efectos gore, el magnífico uso de una banda sonora clásica que sirve de excelente contrapunto a las imágenes, la esforzada labor de los actores o su imaginativo (y liberador) final.
Antes he mencionado la pornografía como un arte (o un género artístico) que busca la excitación de quién lo contempla a través de explícitas escenas de sexo.
Es obvio que hubo algo en aquella sucesión de brutales estampas, que jugaban a descomponer en pedazos muy pequeños el alma y el cuerpo de un ser humano, que me atrajo. No me excitó en absoluto (al menos no en el sentido en que puede hacerlo la pornografía), pero me atrajo. Algo que me retuvo pegado a la pantalla y mantuvo férrea mi curiosidad por conocer dónde estaba dispuesta a establecer Grotesque sus propios límites (si es que estaba realmente dispuesta a ello).
Quizás sea hora de buscar una justificación como consumidores de este tipo de productos (o quizás no). Hay caminos fáciles para hacerlo. Desde que el hombre es hombre (y desde que el cine es cine) la violencia, en mayor o menor medida, nos ha fascinado. Forma parte de nuestra naturaleza humana, y por muy polémico y censurable que pueda resultar intentar otorgarle a una expresión manifiestamente brutal y atroz la categoría de arte, lo cierto es que, la mayoría, seguimos sintiéndonos atraídos por la exposición gráfica de la violencia (por supuesto con sus filtros, sus niveles y sus graduaciones… no estoy afirmando, en absoluto, que a todo el mundo deba gustarle una propuesta tan limítrofe como Grotesque).
Pero, por encima de cualquier explicación que apele a las debilidades o circunstancias de nuestra propia naturaleza a la hora de sentirnos atraídos por este tipo de experiencias, siempre nos sentiremos protegidos por el argumento que todo lo puede y todo lo justifica: Grotesque es ficción. Todo lo que ocurre en Grotesque es falso, irreal. Tras todo ese cúmulo de imágenes atroces y enfermizas hay un director, unos actores, unos iluminadores y un director de fotografía (que, por cierto, realiza espléndidamente su trabajo). Quizás este hecho no justifique, por sí solo, lo reprobable y censurables que resultan algunas de las imágenes de Grotesque; pero a nosotros, cómo espectadores afines a este tipo de propuestas (quiénes lo sean), debería bastarnos. Cómo espectadores potenciales de ficciones violentas y brutales, jamás deberíamos sentir la necesidad de justificarnos.
Soy aficionado al cine violento, incluso al cine extremadamente violento (aunque no devoto), al cine gore… pero le doy tanta importancia a los conceptos “violencia”, “extrema” y “gore” como al término cine (entendido como una manifestación artística que nos muestra unos hechos ficticios, aunque puedan estar basados en la realidad y sin querer entrar en el abominable fenómeno de las snuff-movies).
Grotesque es violencia extrema. Gore extremo. Sin coartadas de ningún tipo. Quizás puro sensacionalismo de baja estofa. Y aún así me gustó (aunque dudo que vuelva a verla). Sus imágenes de desorbitada violencia me atraparon.
Quien sienta deseos de arrojar sobre Grotesque todo tipo de reproches morales tiene las puertas abiertas de par en par para hacerlo. Pero que nadie olvide que por muy degradante, infame y censurable que a algunos les pueda parecer lo ofrecido por una película como Grotesque, deberíamos tener siempre la posibilidad de decidir qué es lo que queremos ver y lo que no (la distribución de Grotesque ha sido terminantemente prohibida en Gran Bretaña).
No es una película que pueda recomendar (a riesgo de resultar su visión demasiado hiriente para algunas personas). He intentado dejar claro qué es lo que nos ofrece un producto como Grotesque. A partir de ahí… la decisión es toda tuya...
No hay comentarios.:
Publicar un comentario